martes, 5 de julio de 2011

Discurso de Miguel Henrique Otero en el marco del Bicentenario


Durante la  sesión Solemne del Consejo Legislativo celebrada en Puerto Ayacucho con motivo de conmemorarse el 5 de Julio, Miguel Henrique Otero, presidente editor del diario El Nacional, ofreción un discurso en el que hizo énfasis en la importancia de la unidad para construir una nueva alternativa para refundar la República.

El acto tuvo lugar en la Plaza Bolívar de esa ciudad tras una misa en la catedral oficiada por Monseñor Jose Angel Divason. Al discurso de orden de Otero, le precedió la presentación de Marilimer Bolívar, Presidente del Consejo Legislativo de esa entidad.

A continuación , el discurso ofrecido por el prediente editor de El Nacional:


Intervención 5 de julio, Puerto Ayacucho 

Doscientos años después de que un grupo de venezolanos firmara el Acta de Independencia, algunas de las preguntas y algunas de las poderosas motivaciones de aquellos hombres que fueron los gestores del documento, no sólo siguen vigentes sino que interrogan a los ciudadanos venezolanos de nuestro tiempo.

El acta de la Independencia de Venezuela declaraba, justo hoy hace doscientos años, la urgencia de la Emancipación. En este texto que redactaron Juan Germán Roscio, un guariqueño que provenía del pueblo, a quien se intentó excluir del Colegio de Abogados porque su madre y su abuela eran de La Victoria, entonces un pueblo indígena; y Francisco Isnardi, que había nacido en Milán, Italia, y que en medio de una vida llena de avatares, ejerció el periodismo al lado de Andrés Bello; en ese texto que hoy recordamos se declaraba, ante la Corona de España, ante las potencias del mundo, y ante cualquier otro que representara los intereses del Poder autoritario de entonces, que los venezolanos habíamos tomado la decisión de fundar una República donde pudiéramos ejercer el derecho a ser libres.

Los que ejercían como cronistas y periodistas de entonces, nos cuentan cómo ocurrió aquello. El cielo de Caracas había amanecido muy nublado aquél 5 de julio de 1811, pero a lo la largo de la mañana comenzó a despejarse, y a mediodía el sol dominaba las calles de Caracas. El Congreso Constituyente de Venezuela había logrado reunir a representantes de las provincias de Cumaná, Margarita, Mérida, Trujillo, Barinas, Barcelona y Caracas. Durante la mañana se había producido un largo debate. A las 3 de la tarde, Juan Antonio Rodríguez Domínguez, que era diputado por Nutrias, Barinas, y que había sido elegido como Presidente de ese congreso constituyente, anunció la Independencia absoluta de Venezuela. 

Afuera de lo que es hoy el Palacio Municipal, que entonces era la capilla del Seminario Santa Rosa de Lima, se habían ido concentrando muchas personas. Algunos eran gente que había venido acompañando a los diputados desde las distintas regiones. La mayoría eran caraqueños que militaban a favor de la Independencia. Como siempre, también había algunos espías y soplones de oficio, que estaban allí para luego informar a los representantes del Poder Imperial quiénes eran los patriotas que apoyaban el rompimiento de Venezuela con España.
Apenas se supo en los alrededores que adentro, en el Salón donde estaban reunidos, se había declarado la Independencia, el pueblo, gente como mucha de la que está aquí hoy reunida, comenzó a vitorear. A lo largo del día se habían producido rumores. Como el debate había tenido momentos de gran intensidad, se dijo que aquello no llegaría a ninguna parte, que continuaría prevaleciendo la desunión de quienes se oponían a España. 

Hubo gente que se mantuvo silenciosa a lo largo de la jornada, temerosa de que las cosas no salieran bien. Y es cierto que las cosas no eran fáciles, y que algunos diputados todavía pensaban que era posible obtener la Independencia en una negociación y no a través de la formalización de un rompimiento. Pero ocurría que afuera estaban los venezolanos a la expectativa. Presionando con su presencia. Haciendo sentir a aquellos representantes, entre los cuales había gente muy notable, que la Independencia de Venezuela no podía seguir esperando. 

Toda esa tensión que se había ido acumulando, hora tras hora, minuto tras minuto, una tensión de años y décadas, estalló aplausos y gritos de alegría cuando se supo que había sido declarada, de modo solemne, la Independencia de Venezuela.

Es en ese momento, a las 3 de la tarde en la capilla de un seminario en Caracas, donde un sentimiento que tenía mucho tiempo creciendo, donde una lucha que ya había costado muchas vidas y mucho sufrimiento, donde un estado de ánimo que había tenido etapas de entusiasmo y etapas de decaimiento, se expresó en una decisión que cambió la historia de nuestro país para siempre.
¿Qué fue lo que ocurrió allí? Que la política representada en la idea de mantener el establecimiento fue derrotada por una política que en ese momento alcanzó su mayor peso, que era la de que no se podía seguir esperando, que al poder había que derrotarlo, porque no era posible seguir creyendo que las cosas no cambiarían, que no era posible seguir aguantando el mandato retrógrado, monárquico, ineficiente, autoritario y militarista de la Corona del Reino de España.

Pasadas las 3 de la tarde, una vez que ese Congreso Constituyente de Venezuela, que acaba de declarar que en lo sucesivo las siete provincias allí representadas serían libres, soberanas e independientes, se designa a quien era posiblemente el mejor formado y el más brillante de los diputados, Juan Germán Roscio, representante de Calabozo, y a Francisco Isnardi, que no era diputado pero sí el Secretario de la Constituyente, para que trabajen juntos y de inmediato en la redacción del Acta de Independencia.

Roscio que entonces tenía 48 años, era un abogado destacadísimo, un intelectual católico, un lector que había repasado cada línea de la Biblia, y que a pesar de que había nacido en una familia de muy pocos recursos en Guárico, había logrado convertirse en el más estructurado difusor de las tesis de la Emancipación, el ideólogo de la libertad, en el intelectual necesario de la lucha por la Independencia.
Isnardi, por su parte, había nacido en Italia en 1750. Al leer sobre su biografía, se percata uno de inmediato que era uno de esos hombres que luchan con la vida en todos los terrenos. Vivió en Italia, en Holanda, en la Guayana holandesa y en Trinidad. Durante casi dos décadas desempeñó los más diversos oficios. Sabía de física, de medicina y de astronomía. Conocía de navegación. Ejerció como profesor de latín, comerciante, médico, cartógrafo y periodista. Cuando se instaló en Güiría, en el estado Sucre, se convirtió en un próspero cultivador de algodón. En 1801 los españoles lo detuvieron, lo mandaron a España y allí estuvo cinco años encerrado. Un preso político, como los que hay ahora. Cuando sale de prisión, aún cuando podía haber escogido otros rumbos, Isnardi se vino a Venezuela para sumarse a la lucha de los patriotas. Entre 1809 y 1812 formó parte de las más importantes iniciativas del periodismo de la época, siempre próximo a Andrés Bello y a los más altos pensadores de la época.

Así es que tenemos a dos hombres tan distintos, uno milanés y otro guariqueño, uno hombre de acción y otro intelectual, uno hombre de mundo y otro criollo, que fueron designados, en un instante de enorme trascendencia, quizás de una trascendencia que ni siquiera ellos alcanzaron a imaginar en aquél dramático instante, para que recogiendo el espíritu de lo debatido, se sentaran juntos a redactar el acta que sella la Independencia de Venezuela.

¿Qué nos dice a cada uno de nosotros el Acta de Independencia, doscientos años después de que fuese redactada por decisión de un Congreso Constituyente, donde había diputados de San Sebastián, Obispos, Valencia, Ospino, Nirgua, El Tocuyo, Villa de Cura, San Felipe, Guanare, Nutrias, Barquisimeto, San Carlos, Cumaná, Barcelona, El Pao, San Diego, Achaguas, Barinas, Pedraza, San Fernando de Apure, Guanarito, Guasdalito, Mijagual, Margarita, Mérida, La Grita, Aragua de Barcelona, Trujillo y Caracas? ¿Qué nos dice?
En primer lugar, que el acta fundacional de Venezuela, la partida de nacimiento de nuestra nación es el resultado de un extraordinario esfuerzo de unidad. Frente al poder de la tiranía de España, los patriotas de entonces entendieron que sólo bajo el precepto de cerrar filas y hacer los respectivos sacrificios políticos y económicos, se lograría vencer la trama militarista y autoritaria que gobernaba nuestra tierra. Unidad por encima de todo. Que se oiga bien: Unidad fue el primer emblema del 5 de julio de 1811.

El otro aspecto que se dirige a cada uno de nosotros aquí y ahora, es el pluralismo que está simbolizado en el Acta de la Independencia. Los diputados que la firmaron, que entonces sí representaban la aspiración nacional de Emancipación, entendían que nadie podía abrogarse el derecho a excluir, a dejar por fuera, a construir listas negras, a discriminar por razones políticas. Esa acta, que hoy nos reúne alrededor de su conmemoración, dice textualmente, “no queremos establecer nuestra felicidad sobre la desgracia de nuestros semejantes”. Repito: “No queremos establecer nuestra felicidad sobre la desgracia de nuestros semejantes”. ¿Y qué nos dice eso a cada uno de nosotros? Que hace doscientos años la Nación venezolana se erigió en contra de la exclusión. No necesito insistir ante cada uno de ustedes, ciudadanos de Puerto Ayacucho, cuán vigente está, ahora mismo, el debate sobre la exclusión política, social y económica que sigue vigente en Venezuela, pero esta vez alentada desde el mismo Estado. 

No imaginaron ni Juan Germán Roscio, ni Francisco Isnardi, ni otras figuras tan respetables como Francisco de Miranda, Lino de Clemente, Francisco Javier Yánez, Felipe Paul y otros hombres comprometidos, que el documento que firmaron como la rúbrica fundacional de la Nación, donde aparece la palabra Justicia como una cuestión venerable, doscientos años más tarde mostraría un panorama tan devastador como un sistema judicial erosionado por la corrupción, politizado a favor del partido del gobierno, sistemático violador de los derechos humanos, asociado él mismo a las diversas formas de la criminalidad. No se imaginaban que en las cárceles venezolanas se llegaría al extremo de instalar poderes capaces de desafiar al Estado. No se imaginaban que en calabozos de detención se llegaría al punto de torturar y matar a personas detenidas. No se imaginaban que más de 90% de quienes matan a otros venezolanos viven en condiciones de impunidad. No pudieron nunca calcular que, veinte generaciones más tarde, el militarismo continuaría deteniendo, reprimiendo e instaurando el miedo contra quienes protestan y exigen el cumplimiento de sus derechos.

Si algo caracteriza a nuestra Acta de Independencia, es que se trata de un documento razonado. A lo largo de varias páginas, Roscío e Isnardi explican con mucho detalle y sofisticación, la acumulación de hechos, las razones por las cuales las provincias venezolanas no estaban en condiciones de mantener una actitud de moderación, de silenciosa paciencia, de miedo ante las amenazas y los abusos del poder. Luego de sumar y sumar razonamientos y motivaciones, dice el texto lo siguiente: “Por tanto, creyendo con todas estas razones satisfecho el respeto que debemos a las opiniones del género humano y a la dignidad de las demás naciones, en cuyo número vamos a entrar, y con cuya comunicación y amistad contamos; nosotros, los representantes de las Provincias unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder, y de la retitud de nuestras intenciones, implorando sus divinos y celestiales auxilios, y ratificándole, en el momento en que nacemos a la dignidad, que su Providencia nos restituye el deseo de vivir y morir libres, creyendo y defendiendo la santa, católica y apostólica religión de Jesucristo, como el primero de nuestros deberes. Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho, Estados libres, soberanos, independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o dijeran sus apoderados o representantes, y que como tal Estado libre e independiente tiene un pleno poder para darse la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de los pueblos”.
Estas palabras atraviesan dos siglos, no como antigüedades, significaciones de otro tiempo o simples piezas de museo, sino que llegan hasta nosotros como preguntas palpitantes y legítimas sobre nuestro presente y nuestro futuro.

Al firmar el Acta de Independencia, aquellos dirigentes políticos y sociales firmaron un ya basta, un no podemos aguantar más. Cada uno sabía lo que ese documento significaba: que la guerra sería inevitable, que vendrían nuevos sacrificios y sufrimientos, pero que bajo la premisa de la Unidad, ese camino, aunque difícil, aguardaba al final del camino una posibilidad cierta de triunfo.
Dos siglos más tarde, cada uno de nosotros está en la circunstancia y el deber de preguntarse, si ha llegado el momento de cambiar. Si ha llegado el momento del ya basta. Y si la respuesta de la mayoría es que el momento ha llegado, entonces toca construir una alternativa basada en la Unidad, que sobrepase lo electoral y se constituya como un todo orgánico, nada menos que con el objetivo de refundar la República.

Si estamos o no dispuestos a declinar nuestros apetitos a favor de una salida para nuestro país; si estamos o no dispuestos a trabajar para llevar a cada rincón de Venezuela un mensaje de esperanza, reconciliación y de una democracia no excluyente; si tenemos o no la voluntad necesaria para construir una proyecto de país que tenga como principal objetivo la reducción real de la pobreza en toda Venezuela; si creemos o no que es posible diseñar un conjunto de políticas públicas que no deje a nadie afuera y no obligue a nadie a disfrazarse de ningún color para acceder a sus legítimos derechos; si estamos o no realmente listos para organizar e integrarnos a estructuras de movilización electoral y defensa del voto; si nos sentimos o no con el suficiente ánimo para salir a las calles a protestar, cada vez que sea posible y las realidades lo exijan: Todas estas son las preguntas que proyecta hasta nosotros la fecha del Bicentenario de la Independencia de Venezuela.

Con la mayor honra acepté la invitación que me formuló el Consejo Legislativo de Amazonas para venir a Puerto Ayacucho, a compartir un mensaje a favor de la necesidad de refundar la República de Venezuela. Soy de los que cree que el momento ha llegado. Pero todavía más, no tengo duda alguna de que el cambio es imprescindible y posible. Nos queda una exigente ruta de trabajo, durante este 2011 y el próximo 2012. Pero todos los esfuerzos y sacrificios que hagamos no serán en vano. La historia de Venezuela ya lo ha demostrado muchas veces: los venezolanos no tardamos en quitarnos de encima a quienes pretenden socavar las libertades y aplastar nuestras vidas con fórmulas, soluciones e ideologías propias de los autoritarismos militares y de las experiencias totalitarias que bañaron de sangre el siglo XX.

Muchos son los indicios, los hechos, las tendencias que nos señalan que la acumulación de problemas y maltratos al pueblo venezolano, sobrepasa el límite tolerable. Por lo tanto, digo que llegó la hora de volver a firmar la Unidad y provocar el cambio que nos está exigiendo el pueblo venezolano. Digo que no podemos seguir aceptando la destrucción de Venezuela. Digo que está en nuestras manos ponerle punto final a este terrible momento venezolano. Muchas gracias.

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