lunes, 23 de abril de 2012

Palabras de Miguel Henrique Otero de reconocimiento a Enrique Krauze

Vengo a decir aquí unas palabras de admiración. Recordar, junto a cada uno de ustedes, que admirar no sólo es una de las grandes facultades de lo humano, facultad determinante para la convivencia duradera en todos los planos de la vida, sino que admirar es una enorme virtud republicana, que hace posible que los hombres y las sociedades puedan hacer juntos, puedan construir juntos, puedan pensar y resolver juntos las considerables dificultades que supone organizarse y convivir.

Se admira a otro cuando se le reconoce en sus diferencias. Cuando se le observa en su particularidad. Cuando en su acción es patente, enteramente visible, que su modo de hacer es único, singular por los resultados que produce a su alrededor.

Desde finales de los años setenta, cuando los lectores del español comenzamos a leer con asombro la revista Vuelta, esa maravilla que fundara Octavio Paz y que se convertiría rápidamente en un estimulante factor de debate de ideas, el nombre de Enrique Krauze comenzó a ser una referencia, primero en varios países de América Latina, y muy rápidamente, también en España.

A partir de entonces, aproximadamente desde mediados de los años setenta, su nombre, su dimensión de intelectual, la humanidad de Enrique Krauze ha ido creciendo paulatinamente entre muchos de nosotros. Se ha vuelto un imprescindible, una referencia, pero no sólo por sus libros o por sus artículos, todos fundamentales, sino por el singular estado de ánimo, por la persistente disposición de espíritu que es patente y que es, según creo, su sello propio, la impronta de su personalidad.

A Krauze se le puede admirar por la portentosa investigación y producción de los ocho volúmenes que conforman su Biografía del Poder, que lo asemeja a los grandes intelectuales pioneros del siglo XIX latinoamericano, que se proponían tareas de investigación titánicas y las culminaban, a pesar de las dificultades.

Se le puede admirar por la calidad, la recurrencia y la generosidad de sus ensayos, reunidos en varios libros como Travesía liberal o su más reciente Redentores. Ideas y Poder en América Latina, donde va a fondo en el arte de desentrañar las distintas versiones de lo mesiánico en la historia de nuestros países.

Se le puede admirar por todo lo que significa la revista Letras Libres hoy por hoy, esfuerzo único en Iberoamérica, y que como proyecto editorial resume muchas de las cosas en las que creemos, pero muy especialmente por lo que representa como faro del periodismo cultural, por todo lo que esa revista ha hecho y hace para transportar de un lugar a otro, y presentar a los lectores de un lugar y de otro, la obra y el pensamiento de escritores e intelectuales que, sin Letras Libres, no tendrían otro instrumento tan eficiente para cruzar su propia frontera.

Muchos de los aquí presentes podrían agregar muchas más razones, todas con amplio fundamento, de por qué Enrique Krauze es una persona que merece nuestra admiración y el reconocimiento de la Sociedad Interamericana de Prensa.

Yo, como ciudadano demócrata ahora mismo en lucha por las libertades de mi país, tengo que decir aquí que los venezolanos estamos en deuda con Enrique Krauze por la atención que ha puesto al proceso venezolano, por la compañía que ha significado para nosotros, por el apoyo que nos brindado a todo lo largo de estos años duros, donde hemos tenido que hacer frente a uno de los más peligrosos caudillismos que haya conocido nuestro Continente.

Todos estos son factores indiscutibles, que se acumulan uno tras otro, y que explican sin dificultad alguna, por qué la Sociedad Interamericana de Prensa ha decidido reconocer a Enrique Krauze con el Gran Premio Chapultepec, por su poderosa y permanente contribución a la promoción de las libertades por más de cuatro décadas.

Pero hay algo más, antes de cerrar esta intervención, que siento necesidad de decir: quizás lo más singular en Krauze es su persistente, indeclinable amor por las ideas. Inmerso en una cultura siempre tentada por los relatos y las ficciones de todo tipo, Enrique Krauze ha resistido y una levantado una obra para pensar nuestra historia, para pensar en lo que nos rodea, para pensar cómo avanzamos hacia una vida más digna y en libertad.

Si algo es su sangre, si algo lo define y lo hace una persona realmente admirable, es la energía de su vocación para pensar y, asociado a ella, su confianza inextinguible en ese género, cada vez menos común, del debate de las ideas.

Creo que la Sociedad Interamericana de Prensa se honra en premiar a Enrique Krauze, porque se reconoce no sólo a una obra, sino a una actitud, a un modo de persistir, a una exigencia interior, a una voluntad del espíritu, cuya expresión hacia nosotros y hacia el mundo iberoamericano, ha sido su incalculable contribución a las luchas por las libertades. Por lo tanto, no me queda sino pedirles que nos unamos en un fuerte aplauso a este hombre admirable que es Enrique Krauze.

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